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PREMIOS 1er CONCURSO RELATOS MISTERIO Y TERROR.

                 Primer premio:  José Manuel Martín López (1º BCT)

                                                             SANTA COMPAÑA

 

El 27 de octubre del año 1987, Enrique, de casi 60 años, salía de Madrid para asistir al funeral de sus tíos en Vigo. Él debería permanecer en uno de los pueblos más pequeños y perdidos de Galicia, a medio centenar de kilómetros de la ciudad.

Cuando llegó al pueblo, se veía como una pequeña mancha en una montaña, engullido por el bosque. El frío húmedo helaba los huesos. Andando por sus estrechos callejones exentos de ajetreo, llegó a la plaza. La presidía una iglesia y en la puerta en forma de arco pudo leer una inscripción que la bordaba tallada en la piedra: “Anda de día que la noche es mía”.

La dueña de la casa que iba a ser su estancia, una mujer que aparentaba cerca de 80 años, le dio la bienvenida. Le ayudó con el equipaje y le enseñó la “casa”: un dormitorio y un salón hechos de piedra y madera, con apenas iluminación natural y con olor a humedad y a cerrado. Esta mujer, tras unos minutos de conversación, cambió el tono de alegre a preocupado: “Estas no son buenas fechas para andar por aquí, el frío hiela el alma. No le aconsejo salir de noche, se acerca la Noche de los Santos, y con ella la Santa Compaña”. Tras ver la cara de estupor del hombre, la anciana prosiguió: “La Santa Compaña es una procesión de ánimas, almas en pena del purgatorio, vestidas con túnicas negras con capucha, que vagan durante la noche al sonido de una campana, encabezadas por un vivo, el cual muere pocos días después. Más le vale no ser testigo de este augurio de muerte, pues entonces la cabeza de la hilera de muertos le pasará la cruz y será usted el que muera; de quien se lleven el alma”. El hombre, mientras la dueña de la casa se alejaba, pudo oír que le advertía: “Anda de día, que la noche es suya”. No creyó la historia, pero se encendió un fuego de curiosidad en él.

La tarde del 31 fue una de esas tardes de otoño, grises, frías, cerradas, de esas en las que la brisa helada se cuela por las rendijas de la casa. Tras su paseo, Enrique decidió regresar porque ya era prácticamente de noche. En su regreso, notó tensión por las calles. Los pájaros no cantaban, el viento sonaba más frío y salvaje, y se oían los cerrojos de todas las casas cerrándose. Se dio cuenta que él era el único que quedaba por las calles.

Justo a las doce de la noche algo le despertó. Podía oír una campana, cada vez más y más cerca. Notó como de repente el corazón le daba un vuelco y se le ponía la piel de gallina. Temblando de frío y miedo se levantó de la cama y se dispuso a acercarse a la puerta. Un miedo paralizante le invadía, pero a la vez una curiosidad que se extendía como el fuego le impulsó a abrirla. Salió descalzo, pero no vio nada, sólo oía una campana, cada vez más y más cerca. Tras unos minutos de un sinvivir, pudo distinguir entre la espesa niebla una pequeña luz, pero tan sólo a unos pocos metros de él. Los huesos se le helaron, notó como el corazón casi se le salía por la boca. Ahí estaba la Santa Compaña, una fila de ánimas encapuchadas, encabezada por un vivo. Enrique se arrodilló, llorando y mirando al suelo, suplicando clemencia. De repente, tenía delante al cabeza de la procesión, que le puso delante una cruz de plata, helada, entregándosela.

             

                      Segundo premio: Eva Triana Machado Urquiza (3ºB)

                                                                               UNO

Nadie sabía quién era el chico del abrigo grande. Nadie sabía su nombre, su edad o de dónde vino. Lo único que sabían era que llegó un día al pueblo y que sólo caminaba como uno más entre la multitud. Quizá, por esta razón, decidieron llamarlo simplemente Uno.

Corría una noche fresca, concretamente la del 31 de octubre, aunque para Uno ese detalle carecía de importancia. Para él esa noche no era diferente de otra cualquiera.

Como cada noche, iba caminando sin rumbo aparente, cuando le pareció ver algo de soslayo. Se giró rápidamente, pero no había nada y cuando volvió a mirar hacia adelante se quedó paralizado al ver a una anciana de unos 80 años a no más de dos palmos de él.

-Se…¡Señora! – Consiguió decir a la vez que se alejaba un poco.

-Muchacho…¿No te han contado leyendas acerca de esta noche en concreto? ¿No te has preguntado nunca por qué en este pueblo los niños no salen a por caramelos?…

Por supuesto que las había oído, pero no cría ni una sola palabra de ellas y para no parecer grosero se limitó a mirar a la señora y asentir.

Bien…,-musitó la anciana mientras rebuscaba en su bolso- toma este colgante, te protegerá. Si es de color azul, las personas cercanas a ti no tienen nada de extraño. Si es rojo, esas personas podrían estar locas, pero si es negro…Bueno, ¡puede que entonces el loco seas tú!- la señora se alejó riendo histéricamente, dejando a un confundido Uno con un medallón color rubí en la mano.

Uno se limitó a aguardar el colgante en el bolsillo y seguir su camino tranquilamente. Casi había olvidado ya el extraño suceso cuando nuevamente le pareció ver algo a su lado, pero cuando miró, la calle seguía vacía. Extrañado, miró suspicazmente delante de él, pero esta vez nadie se había acercado sigilosamente. “Después de todo, parece que sí me han afectado un poco las palabras de esa anciana…” Suspiró. Iba a continuar caminando cuando de repente escuchó una voz:

-¿Hola…? – Uno se giró lentamente para ver a una niña pequeña de unos 6 años.-Perdona, he perdido a mis padres. ¿Podría quedarme contigo esta noche hasta que vuelvan?

– Pero… Yo no tengo un hogar y….tus padres…- Uno no siguió hablando. Estaba claro que a la niña la habían abandonado y no tenía adonde ir, así que decidió acompañarla, por lo menos esa noche.-Está bien…

Se tumbaron bajo un enorme árbol para pasar la noche, pero la chica cada vez estaba más inquieta, al contrario que Uno, que casi no podía mantener sus ojos abiertos.

Entonces tuvo una idea.

-Oye…,-susurró- en mi bolsillo tengo un colgante. Si te sirve para distraerte puedes cogerlo y jugar un rato con él. –Poco después de decir eso, Uno no aguantó más y se durmió.

Al día siguiente, el chico se despertó con los primeros rayos de sol, y cuál no sería su sorpresa al no ver a la niña a su lado. Se levantó de un brinco y miró a su alrededor, pero no había nadie. Entonces vio algo brillar en el suelo a la luz del sol.

Era un medallón de color negro.

                

                        Tercer premio: Carmen García Rojas (2ºBCT)

                                                              EL PADRE

Noche del 31 de Noviembre.

Limpiaba delicadamente las gotas de sangre, esa sangre que ya no circulaba por el cuerpo del muchacho muerto. Sangre que, aún fresca, recorría tímida los límites de las baldosas.

Sangre que no me importó derramar aún oyendo las súplicas y llantos que el chico mostraba ante mí. Puedo recordar el brillo de sus ojos, ese brillo de una persona o más bien de un niño, que está sintiendo la muerte de cerca.

Un niño que, de lo único que tenía la culpa, era de tener un padre como yo.

Gracias a todos los participantes y felicidades a los premiados. Os animamos a que estos relatos de hoy sean el germen de las novelas de mañana.

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Written by Jorge Valenzuela

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